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Los ingenieros de la UNAM que le dan una segunda vida al unicel
  • Crean la primera máquina con tecnología 100% mexicana capaz de reciclar el unicel sin contaminar

21 de noviembre de 2017

Un viernes del año 2010, Héctor Ortíz y Jorge Hinojosa se encontraban comiendo en una cafetería de Ciudad Universitaria, cuando se percataron de que varias personas pasaban por los basureros recolectando vidrio, aluminio, envases de PET y cartón. Sin embargo, dejaban todos los empaques y recipientes de unicel.
Los dos ingenieros formaban parte de la Sociedad de Energía y Medio Ambiente (SOEMA) de la Facultad de Ingeniería de la UNAM y se habían propuesto crear algo que realmente tuviera impacto positivo al ambiente. Sin saberlo, tenían su materia prima frente a sus ojos.

El poliestireno expandido (EPS), conocido como unicel, es un plástico derivado del petróleo y es satanizado por que tarda años en descomponerse. La gente no lo recolectaba porque simplemente no se lo compraban y no lo hacían porque no existía un método eficiente que permitiera su reciclaje de forma rentable.

A partir de ese momento, los jóvenes comenzaron a investigar sobre el material y se dieron cuenta de que es uno de los seis poliestirenos más usados a nivel global. Tan sólo en 2016 a nivel global se consumieron cerca de 6.7 millones de toneladas de EPS, según la firma Ceresana. Y en México la cifra no es menor: la Asociación Nacional de la Industria Química (ANIQ) estima 125,000 toneladas anuales, de las cuales el 25% son para la fabricación de productos desechables para la industria alimenticia, mientras que el 75% restante se dividen en el sector de la construcción y embalaje.

Tras cuatro años de investigación, desarrollo y de perseguir recursos, los dos jóvenes junto con Melissa Marquina y Enrique Estrella crearon Rennueva. Se trata de una startup de alto impacto que desarrolló la primera máquina con tecnología 100% mexicana capaz de reciclar el unicel sin utilizar solventes. Hoy esta empresa procesa cuatro toneladas de EPS al mes (equivalentes a 1, 332,000 vasos) y cuenta con una capacidad de producción de hasta 24 toneladas diarias.

La batalla por el financiamiento

Pero convertirse en la primera stratup poseedora de un centro de acopio y una planta recicladora de unicel en Ciudad de México no ha sido tarea sencilla. Los cuatro ingenieros de profesión han enfrentado el reto de conseguir los recursos para echar a andar la idea de negocio y derribar los mitos en torno al unicel.

Héctor dice que se cree que este tipo de material no se degrada, pero contrario a lo que se piensa, "al igual que la mayoría de los plásticos, el unicel se fotodegrada en un lapso de entre 60 y 90 días si se deja al sol. El problema es el mal manejo del material y que se deja en rellenos sanitarios", insiste.

De hecho, recuerda que las campañas de reciclaje iniciaron en la década de 1980 cuando el material se disolvía con d-limoneno y se transformaba en recubrimiento. Pero, posteriormente se empezó a utilizar tíner como solvente. "El problema es que esa sustancia es muy agresiva, pues llega a permanecer hasta 120 días en el ambiente, lo que además de contaminante hace poco eficiente el proceso", comenta.

Por eso, se propuso crear un proceso mecánico. El resultado, tras un año de investigaciones fue su proyecto de tesis con la que se tituló en 2014 como ingeniero mecánico en el que desarrolló la REPS01 (reciclaje de EPS prototipo 01).

Ésta máquina utiliza un proceso a base de calor conocido como termodensificado para extraer la materia prima de los productos de unicel (integrados por 95% de aire y 5%de poliestireno), que finalmente dan por resultado pequeñas perlas de plástico o pellets, con las que se pueden fabricar otros artículos de plástico como plumas, material de papelería o decoración.

El principal obstáculo siempre fue el económico, dicen los emprendedores. Para lograr el primer prototipo, que podía procesar 3 kilos de unicel por hora, Héctor invirtió 120,000 pesos. Usó 40,000 pesos que le donó un ingeniero y todos sus ahorros y los fondos de su tarjeta de crédito. "No tenía idea de lo que era un negocio ni de cómo hacer un presupuesto", recuerda.

Sólo contaba con el apoyo de la empresa DART de México, una de las mayores fabricantes de vasos desechables del país, quien los había apoyado con la investigación y contaba con un programa de acopio y transformación del material. Al ver el impacto que podría tener su invento, Héctor y sus amigos decidieron crear un negocio rentable.

Para conseguir el dinero para echar a andar la idea, los jóvenes decidieron participar en el Premio Santander a la Innovación Empresarial, que ganaron el 26 de junio de 2014, mismo día en que Héctor se tituló. Gracias a este certamen, recibieron dinero y también asesoría de negocios y un curso en el Babson College, una de las escuelas de emprendimiento mejor rankeadas a nivel mundial.

Se sentían los reyes del mundo, pero se dieron cuenta de que en realidad no sabían nada de los negocios. "Necesitábamos dinero para escalar el negocio, pero teníamos la visión de taller. Pasamos año y medio buscando financiamiento en convocatorias del Inadem, fondos sectoriales y del Conacyt sin obtener resultados. Nos pedían ser investigadores o tener al menos dos años de constituida la empresa. Entonces empezamos a apuntarnos en cuanto concurso veíamos a fin de conseguir dinero para apalancarnos", recuerda Melissa, quien hoy encabeza la gerencia de ventas de la empresa.

Tenían cerca de un millón de pesos, no obstante, la empresa necesitaba tres millones para abrir un centro de acopio y montar una planta procesadora. La opción era que cada uno sacara un préstamo individual y juntar los recursos. Incluso solicitaron un apoyo del programa Crédito Joven al cumplir dos años de operaciones.

"Nos dijeron que sí en Nafin, sin embargo, cuando llegamos a Santander nos dijeron que no podían otorgárnoslo pues no teníamos garantías de aforo dos a uno. Era increíble pues habíamos ganado el premio Santander a la Innovación, pero en la práctica nos dimos cuenta de que los instrumentos financieros en el país no están correctamente diseñados para los emprendimientos de alto impacto de base tecnológica", dice Héctor.

Finalmente, llegaron al Cleantech Challenge, donde reconocieron que de seguir así no lograrían nada. Entonces decidieron ceder una parte de la empresa a cambio de capital. "¿Queríamos tener el 100% de nada o un 66% de algo que jale? La respuesta fue obvia", dice el fundador de Rennueva.

Entonces comenzaron a buscar inversionistas. Los encontraron en la Sociedad de Exalumnos de la Facultad de Ingeniería y haciendo networking. Todos sus socios además de aportar dinero, les dan coaching y mentoría para hacer crecer el negocio. Sus dos últimos inversionistas además se sumaron como socios operativos.

Gracias a este cambio de mentalidad los cuatro emprendedores lograron abrir el año pasado un centro de acopio de unicel en la colonia Santa María Insurgentes, de Ciudad de México y ahí instalaron su REPS2. Se trata de su segundo prototipo de máquina, cuya capacidad de procesamiento es de hasta 24 toneladas al día.

En el camino los emprendedores han aprendido de todo, desde cómo hacer un registro de patente (ya cuentan con cuatro), hacer proyecciones financieras, negociar y hasta aprender a tirar mezcla. Al respecto, Melissa se siente orgullosa de haberse metido incluso a tomar la pala y el cincel.

"Ser ingeniera es todo un reto. Es una carrera en la que la mayoría son hombres, pero fue ahí fue aquí cuando me di cuenta que no importa el género ni la edad para emprender. Simplemente lo ves y lo consigues".

Fuente: FCCyT

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